Por Yorik Piña
Inicié el día como lo hago
cotidianamente. Encontré a uno de esos jóvenes de la calle colocando cartones a
las motocicletas que aparcan frente a una de las más famosas tiendas de la
calle Padre Billini. Lucía “pies de pato”. No le agrada usar zapatos y olor
nauseabundo, difícil de soportar si no se hace con deseos de ayudar a los demás
in esperar recompensa de ningún tipo. El domingo anterior había cruzado
palabras con él, en el Parque Central, en la misma calle, cuando me informó que
no iba a la escuela y que no le interesaba asistir, aunque me confirmó que no
sabía leer ni escribir.
Intenté protegerle de alguna
manera, le saludé y le pregunté que si había desayunado. Sabía la respuesta. Tenía
unos cuarenta pesos y al ofrecerlo para el desayuno, cayeron al piso, los
recogió y me los entregó. Claro que se los devolví para que coma algo de
desayuno.
En horas de la tarde lo volví a
encontrar, nueva vez, en el lado de la Padre Billlini del Parque Central,
frente a la Heladería Bon. Le volví a sugerir que vaya a la escuela y me dijo
con una sonrisa no muy profunda que NO. Saqué mi arma de reglamento: la protección y elevar, en la medida de lo posible su
estima personal.
Le pregunté que si tenía hambre y me comentó que no había
comido nada durante el día. Le reclamé que le di 40 pesos para que se
desayunara. Me contesto que con ese dinero, había completado para comprar unos audífonos
que exhibía como un tesoro cubriéndole su cabeza. Me dijo que le brindará un
chimichurri a lo que accedí. Se lo pagué a la señora del negocio que está al
lado nuestro, frente a la estatua del limpiabotas del parque y le dijo al joven
“No devuelvo dinero” a lo que yo le comenté. “No se preocupe que yo me voy
cuando él se lo haya comido”.
En esos momentos llega, por la
esquina del Banco Popular, el famoso “Petete” y cruza la calle a saludarme con
abrazos y todo (en la búsqueda de los 50 pesos que le doy cada vez que me ve).
Yo no acostumbro a dar a los niños de la calle dinero; sino alimentos; pero
estoy observando la conducta de Petete, que es de muy mal pronóstico, a los
fines de verificar si exhibe algún cambio que pueda resultar interesante para mi
investigación como profesional de la conducta.
Petete quiere que le brinde un
helado y me manifiesta que si le doy un helado de los grandes (RD$175.00) que
le ofrezca a Manolín (el joven de la historia) uno de 50.00 pesos ???.
Los empleados de la Heladería
intentaron maltratar con gestos y palabras agresivas a los jovencitos. Lo
entiendo porque los insultan con palabrotas y no los quieren en el local por el
mal olor que despiden; pero salí en defensa de ellos y les manifesté, sin que
se enteraran los jóvenes, que “esos "muchachitos" está enfermos. Padecen el
trastorno disocial” que no es una enfermedad física; pero mental. Es como una
especie de cáncer en su mentalidad y que ellos no tienen ninguna responsabilidad
de padecerla, de la misma manera que ustedes no tienen responsabilidad de
padecer de cáncer, tuberculosis o cualquier otro tipo de enfermedad médica. Cada uno degustó un helado de los
grandes y salieron del recinto.
Cuando Manolín terminó de comer su chimichurri
y degustar su rico helado de 3 bolas, suspiro y
una tableta de chocolate, volví a conversarle sobre la necesidad de que
asista a la escuela el próximo año escolar y me dijo que si que iba a ir. Estoy
consciente que su expresión es producto de la satisfacción por la protección que
acaba de recibir: se sintió importante,
no era un helado de 30 pesos como suelen ofrecerle los que alguna vez lo hacen.
Es un helado personalizado. “Es especialmente para mí”.
El Programa de Reeducación Para
Jóvenes Traviesos que estoy ejecutando en la ciudad de Barahona está diseñado
sobre la base de la protección que es la fórmula idónea para combatir la generación de traviesos y delincuentes y no es más que ofrecer al niño:
1.- Tiempo en calidad (Conversar
sobre sus intereses, no de los intereses de su tutor)
2.- Esfuerzo personal (Que sienta
que su tutor hace esfuerzos por su felicidad)
3.- Cuidado (Darle formación en
valores, vestido, alimento, recreación, etc. Premiarle y castigarle, en base a
la disciplina de las consecuencias)
1.- Afecto de amor (Sacrificarse
por su bienestar)
En la obra “Programa de Reeducación
Para Jóvenes Traviesos” que está de venta en Amazon, se explica con mucho más
detalle el criterio de “Protección” del que se ha comentado.
Manolín está absorbiendo los “anti
valores” de su padre que “se la busca” en el frente del edificio de Codetel en
Barahona.
Manolín y Petete son dos exponentes
de la irracionalidad social que “fabrica” los traviesos disociales”, luego los
rechazan y hasta proponen que los aniquilen, sin ser ellos los responsables del
problema que padecen; sino la composición del tejido social sobre todo la familia que es el "grupo primario de apoyo". No tienen
dirección porque la gran mayoría de los padres y maestros de esta época no la ofrecen. Ellos han perdido el control, los padres y maestros han perdido el control y
entonces las organizaciones punitivas de la sociedad que los fabricó, tienen
que asumir el control.
A todas luces un sistema injusto de
justicia
Nota: Si quiere tener una idea más terminada sobre la problemática de la delincuencia y los traviesos, compre las obras de Yorik Piña sobre este tema.
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Reeducar es más costoso que la prevención del delito y las drogas. Es un deber del Estado. No hay políticas serias para combatir la delincuencia. Estamos conscientes que este esfuerzo no resuelve el problema; pero nos da satisfacción de hacer lo que tenemos que hacer.
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