miércoles, 21 de octubre de 2015

Pablo Sánchez Cavallo: El regalo de mi abuelo y de mi papá

 Por Pablo Sánchez Cavallo
Luis Gustavo Sánchez (Lulú) fue mi abuelo paterno. No tuve el privilegio de conocerlo, porque murió, cuando mi mama estaba embarazada de mí. Cuando tenía a veintiocho años, me dirigí hacia la localidad de Las Salinas, un municipio de nuestra provincia, acompañado de una amiga. Se acercaban las navidades, y el propósito del viaje era recoger un dinero que le habían enviado a mi acompañante desde el exterior. Llegamos al pueblo cuando ya estaba oscuro, eran quizás las 7.00 de la noche y teníamos prisa por regresar ya que andábamos en un motor.

Llegamos y después de saludar, se nos invito a pasar y me senté en una mecedora que me ofreció el dueño de la casa. Hablamos cosas banales hasta que pregunté.
-¿Esta la mina lejos?

-Tres o tres y medio kilómetros.

-Mi papá me trajo cuando niño, en ella murió mi abuelo.

-¿Su abuelo?

Me miró fijamente y con profundidad, su mirada como daga atravesaba la mía.

-Sí. Se llamaba Luis Gustavo Sánchez, le decían Lulú Sánchez.

-¿Eres nieto de Lulú?

-Sí.

Sin mediar palabra abandonó su asiento y salió de la casa. Quede allí, sentado en la mecedora sin saber que pasaba extrañado, esperando.

Minutos después entró nuevamente a la casa, y poco más de dos minutos ya eran ocho las personas (Todos mayores) que estaban en la sala. De pie de donde estaba salude a todos. 

¿José por que nos mandaste a buscar con tanta urgencia?

-Saben quién es ese hombre les pregunto señalándome. El es nieto de Lulú.

Todos, sin excepción se acercaron y me abrazaron. Sus rostros reflejaban alegría. Uno de ellos me tomo de la mano como si fuera un niño y me condujo hacia la calle, y allí cada uno señalaba su casa y me decían. Estas casas son tus casas, cuando tengas necesidad, tienes techo y pan. No estás solo. Quisimos mucho a tu abuelo, era bueno con nosotros, excelente amigo.


Reflexiono:
Cuando nos permitimos amar y respetar a las personas, estas, como flores que se abren cuando sale el sol, crecen. Pero al mismo tiempo también lo hacemos nosotros.

El padre Mateo Andrés, en una de sus tantas reflexiones, nos habla de las dos necesidades del hombre. La Circunstancial y la existencial. Él, el hombre. Tiene necesidades. Una producto de sus circunstancias, puedo ayudarle o no. La otra, debe ser preservada a toda costa.

Cuando respetamos la esencia del hombre, cuando honramos su corazón. El es salvado, yo, soy salvado y el mundo también es salvado. Son los pequeños actos de amor, que se perpetúan de padres a hijos, son los actos de amor, que sanan a la humanidad.

De regreso a la ciudad, mi corazón, estaba alegre y triste, no conocí a mi abuelo y aun a veintiocho años de muerto, estaba protegiéndome, lo mismo ha pasado con mi padre, que tiene seis años de muerto y todavía me está haciendo favores. 
El viento frio de diciembre tocaba mi rostro, el cielo estaba estrellado y mi corazón agradecido.

1 comentario:

  1. Papin muy refrescante esta anecdota. Es muy reconfortante cuando uno cosecha del bien sembrado por quienes nos preceden familiarmente. Y asi tiene que ser. Ojala todos y cada uno decida hacer el bien a cada paso de su vida. Un saludo fraternal amigo.

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