El sábado 1 de
febrero del año 2014, falleció Bélgica
Adela Mirabal Reyes (Dedé), yo seguía la evolución de su estado de salud y sus internamientos, como he seguido el de mis amigos y seres queridos.
La noticia, que
corrió como reguero de pólvora desde las 3:00 de la tarde me impactó, la lloré
como a Jesús, mi hermano ido a destiempo, como a Caamaño y a Chávez, como a mi
compadre Aridio, el poeta rojo, como a Junior Prats, a Rafael el más reciente y
otros tantos amigos y parientes.
Había nacido el
1 de marzo del año 1925, en Ojo de Agua, provincia Salcedo hoy Hermanas
Mirabal, se aproximaba a su cumpleaños número 89, un cumpleaños con sabor a
patria, a nación, a país, a solidaridad, a coraje, a valentía.
Sin embargo, el
destino nos hizo otra mala jugada, se nos llevó el aliento de su ejemplo, como
se nos llevó el de Patria, Minerva, María Teresa y Rufino. Como se nos llevó el
de Manolo, Chacún y sus demás compañeros.
Su ejemplo de
mujer y de hombre, cuando algunos machos se escondían, me impresionaba y guiaba. Su ejemplo al trabajar para
perpetuar la memoria de sus hermanas al mantenerla vivas en su jardín como dice
su extraordinario libro de memorias, me cautivaba.
Fundó el museo
Hermanas Mirabal, patrimonio nacional que rinde tributo al coraje y heroísmo de
la mujer dominicana, el más visitado del país, una escuela de educación no
formal, un inmenso mar de patriotismo que nos convoca a todos.
Hace poco
tiempo, mi hija Geisa Sojailin Olivero Matos y mi primera nieta Scarlett Nicole
Polanco Olivero me informaron que irían al museo, que verían a Dedé. Mi nieta
me dijo: “Que te pasa papá?”… Le dije: “Nada”… Me siguíó diciendo: “Vi que te
emocionaste mucho y se te iluminó el rostro”… seguimos hablando y continuamos
al otro día hasta que la despedí para ir uno de los viajes más
importantes de su corta vida.
Regresó alegre,
historiadora, patriota hasta más no poder. Me trajo fotos y de ellas comparto
una con mis lectores, los que saben que la patria es sangre que corre por mis
venas.
Por eso al enterarme que los pulmones de Dedé fallaron, enviándola de manera definitiva al
pódium de la historia y a ocupar su lugar en el cielo, en la gloria y aunque
esto último no debía provocar tristeza, yo lloré por la muerte de Dedé.
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