En una forma de ver la vida retrasada y absurda, alguien quiso encasillarme y culparme de que yo no albergaba sentimientos, pues para el primer aniversario de la muerte de mi padre, en el año 2002 desde que me levanté ese día, empecé a escuchar a todo volumen la música de su época, la música que a él le gustaba, la música de su época, esa música que yo siendo niño le critique muchas veces, sobre todo cuando obligados, por él, mi padre, todos los martes en la tarde, como para que no nos quedáramos neceando en la casa, teníamos que desplazarnos casi cuarenta kilómetros de la ciudad, para ir a una finca de ganado vacuno que tenía en un pueblo cerca de la costa sureña llamado Paraíso.
Mi hermano menor Luichy y yo éramos los únicos compañeros de viaje y en el asiento trasero del chevrolet capry del 1970 jugábamos a nuestras anchas a los soldaditos de guerra y a los carritos, mientras mi padre quizás para no oírnos revolotear, escuchaba y degustaba canciones de Toña la Negra, María Luisa Landín, Libertad Lamarque, la Sonora Matancera, el Trío Los Panchos, Los Matamoros, los Juglares, Leo Marini, Juan Legido, Fernando Valadez, y una pléyade de artistas y canciones de una época que yo ni pensaba nacer.
El hecho era que cada martes el primer movimiento que hacía era recoger y seleccionar todas las cintas de 8 Track que tenía, de cada uno de esos artistas para escucharlas en el viaje de ida y regreso.
Cuando lo veíamos hacer eso, mi hermano y yo nos decíamos en voz alta, " ya viene papi con su bachata". En aquella ocasión de los años setenta, cuando éramos niñitos, la música de moda era para mi padre, una música, estridente, un merengue acelerado, y un laterío; claro se trataba de grupos como el Combo Show de Jhonny Ventura, Wilfrido Vargas y sus Beduinos, y todos los salseros de la época, El Gran Combo, Héctor la Voe, la Fania, Pacheco, Willy Colon, en fin nuestra generación disfrutó de una música que a la sazón era mucho mejor grabada, de mucha fidelidad de sonido y mejor difundida, pero para mi padre eso era como la comida chatarra, el decía que eso no era música. La lección que hoy saco de todo eso y que quiero compartir con mis hijos que hoy en su generación disfrutan de una música aun mucho mas diferente es la siguiente.
A mi juicio, no hay música mala, hay música que está condicionada al gusto de cada generación, por eso hoy tengo la suerte de disfrutar aquella música que le critiqué cada martes, de cada viaje que hacíamos con mi padre. Hoy lo anhelo. Esos recuerdos vividos quisiera volver a experimentarlos, por ello, cada 25 de diciembre, día en que desaparece físicamente mi padre, mi mejor sentimiento hacia él lo reflejo con lo que el disfrutaba: su música, sus artistas, tengo más de 300 casettes grabados por sus propias manos con todos esos artistas, que un día quisiera compartir con ustedes todos mis hijos y mis hermanos. Que mejor forma de honrar a alguien que paso por este mundo y que nos dio la vida y que con orgullo sembró un ejemplo de rectitud, de amor y de cariño en cada uno de nosotros. Hoy quiero mezclar su música, con la mía, la de mi generación, y con las de ustedes mis hijos queridos, todos debemos disfrutar ese pedacito de vida que nos dan con altura y gracia. Es lo único que uno tiene como satisfacción en la vida terrenal porque con la muerte, a decir verdad, nada puede llevarse. No hay nada más allá de nuestro último suspiro.
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Hoy sólo son recuerdos de quienes respiramos, algo dignos, pero son recuerdos que nos motivan a seguir viviendo con deseos hasta que también demos nuestro último suspiro. Ahí es donde concluye todo, mi consejo es vivamos para alegrarnos, para compartir, para armonizar, para querernos, respetarnos, comprendernos, aceptarnos, para demostrarnos verdadero amor y cariño, sin importar credos ni banderías, somos seres dependientes, dechados de virtud y triunfadores desde que nos formamos como espermas.