Por: Paulino Antonio Reynoso
Mirada en el contexto de la Historia de la Salvación, la Semana Santa es la culminación de un proceso que comienza con la actitud del ser humano caído , agotado, mancillado, humillado y desamparado, y culmina con la señal más clara de que la Victoria es la meta a la que todo ser humano debe aspirar llegar.
En el mundo occidental y en el oriental cristiano la Semana Santa no pasa desapercibida. Todos nos enteramos de lo que dijo el Papa en Roma, de lo que pasó en nuestras Iglesias, de los accidentes de tránsito ocurridos camino a las playas, a las montañas o a los centros de acogidas y de descanso. En otras palabras, la propaganda mediática no falla.
Los estilos han cambiado. Los ritos incluso de las Iglesias más conservadoras han variado en su estructura. Todavía más, los cultos se han traslado al mismo centro donde la población hace presencia. Muchos de los interesados en participar de las celebraciones propias de la Semana Santa no tienen que movilizarse hacia los templos. La idea es llevar la palabra donde sea escuchada.
Los que hemos tenido el privilegio de haber nacido en un hogar sano, cristiano y con una profunda carga religiosa a veces nos quejamos de las contradicciones que encontramos entre lo que hacen algunos años vivimos y lo que hoy presenciamos en nuestras mismas frentes.
Eso es verdad, pero olvidamos que el ser humano es dinámico, activo y cambiante. Asi como cambia el mundo y el ser humano experiementa grandes cambios en su modus vivendi así mismo el evangelizador debe prepararse para saber llevar la palabra a esa nueva realidad que le desafía y le interpela.
El comienzo de la Semana Santa, el Domigo de Ramos, y el desgarrante y humillante hecho de la muerte en la cruz ocurrida el Viernes Santo es la expresión más relevante de cuánto cambia el ser humano tanto cualitativa como cuantitativamente.
A esa masa cambiante del Domingo de Ramos y del Vienes Santo es precisamente a la que el portador de la palabra debe saber dirigir el mensaje de salvación.
Hay que recordar que la misión del evangelizador es adaptar el mensaje al evangelizado a pesar de las diferencias culturales y conceptuales que puedan existir.
El Domingo de Ramos comienza con las alabanzas y los vivas de una masa eufórica que no necesariamente sabe lo que está haciendo. Jesús es presentado como el humilde, sencillo y al mismo tiempo como el Gran Rey. Sin embargo, poco a poco se va haciendo presente un cambio cualitativo. El Misterio Pascual nos va conduciendo hacia la contemplación del dolor e incluso de la muerte hasta llegar al sentido de los sentidos: La proclamción de la Victoria de la Vida con la feliz Resurrección.
Este episodio de la Historia de la Salvación escenificada y vivida por Jesús, es una maravillosa síntesis de alegría y duelo, de amor y de rechazo, de vivas y de silencio, de palmas de Victoria y de cruz de sufrimiento y humillación.
A pesar de las profundas contradicciones que matizan los últimos días de la vida de Jesús, es indudable que la entrada de la Semana Santa con los vivas del Domingo de Ramos es el mejor indicativo de que debemos abrirle nuestros corazones al Salvador para poder darle sentido a los sin sentidos de este mundo.
El autor es escritor y dirigente político
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