Por Dioris Féliz Valla (El
Tránsfuga)
Mentiroso, embustero, son dos de
los calificativos para todo aquel que malogra el curso de la verdad. Ahora
bien, hay uno que es doblemente mentiroso: aquel que sabiendo que está
mintiendo, al final de su descarada mentira, expresa: sinceramente.
A propósito, yo quisiera ser aún
mas sincero en este comentario, admitir que he sido un mentiroso empedernido. Es
mi objetivo, después de una larga reflexión expresar toda la verdad en torno al
proceso de desarrollo de mi ambivalente personalidad, con la explícita
intención, de que, a mis años de hoy, me sirva de escarmiento y que mi vida se
corone con el propósito final de todo individúo: la diadema del éxito.
En este momento vamos a obviar la
discusión de la terminología intelectual que encierran las dos palabras: mentira
ó verdad, simplificada en la siguiente expresión del poeta español Ramón de
Campoamor: “nada es verdad, nada es mentira, las cosas son del color, de
acuerdo al cristal con que se mira” y vamos a concentrarnos en lo que,
realmente, significan para el vulgo.
En el campo donde nací, le dicen “Jabladó“
al mentiroso y lógicamente “jabladuría” a la mentira. En mí, influenciaron
decididamente las herencias de mis
antepasados, debido a una cultura imponente que me forzaba reír, aun en contra
de mi verdadero sentimiento. Consecuentemente aprendí a sobrestimar la
realidad, aparentando lo que no era. Muy voluntario a beneficio del extraño a costa del sacrificio de los míos. Hay
que agregar las precarias condiciones de vida de aquel entorno de mi formación como adolescente, que
también me empujaban a mentir.
Imagínese, de vez en cuando, veía
a mi propia progenitora haciendo bullas, en ruidosa colisión entre calderos y
las escasas cucharas, del precario elenco, de los pocos utensilios que
poseíamos para crear una falsa ilusión en el vecino de que, en nuestra casa, la
comida o la “chaúcha”, como mayormente nombrábamos al almuerzo, estaba en
proceso o se estaba engullendo.
Así también los vecinos tenían su
propios trucos para tapar la flotante realidad de una cultura de apariencia, en
contraste a la humilde convivencia de entonces que se limitaba, mayormente, al
intercambio voluntario de los escasos bienes y servicios que gracias a nuestra
madre tierra, predominaban gratuitamente en la época, solidaria costumbre
comunitaria, que facilitaba una alimentación mas balanceada. Grandes valores
primitivos que, a no ser por esta cultura patológica de mentiras, estaríamos
hablando de una felicidad que raya con el despertar de los testigos.
Las acciones de mis padres, ante
los demás, era de que en mi casa nunca faltaba nada, sin embargo, nos estaba llevando el diablo. Fácilmente nos
mochábamos una oreja a mordidas, en fiera disputa entre hermanos, por adueñarse
de un escurrido muslo de un mal criado pollo patuleco.....además, si
almorzábamos no cenábamos, y, en el mayor de los casos, la variabilidad de los
alimentos se limitaban a un mangú de víveres revolteado con huevos y, pocas
veces al año, par de tajadas de aguacates, manjar que había que aprovechar al
máximo puesto que no sabíamos con certeza cuando volvería a repetirse esa
deliciosa exquisitez.
Así tenia que reír antes mis tíos
para ganarme un plato de comida extra, en esos abundantes medio días en que los
ratones se batían entre las cenizas de mis fogones en vacaciones. Tétrico
panorama que advertía poca acción cocinera en el departamento de “humos y
grasas” de mi humilde bohío.
Eso si, no recuerdo con acierto
mis lugares preferidos para defecar, pero odiaba la letrina, no por los gusanos
que expandía, mas bien porque mis abuelos embarraban de ají tití a los horcones
para que nadie osara resbalar el culo y en cualquier caso, descubrir fácilmente
la mentira del infractor, dada la visible muestra de picazón que mostraba su
conducta. Por tanto le aseguro, que en cualquier terreno me aplastaba y que no
miento si les digo, que con cualquier objeto me limpiaba, además en mi entorno,
lo sublime de la tecnología no había llegado todavía y lo rústico era norma del
día que competía en abundancia con la mirada pendenciera y la mentira piadosa
de aquellas gentes mayormente ociosas.
Y mi vida venia caminando entre y
celadas y mentiras:.......limpiabotas de transeúntes que extorsionaban una impecable
lustrada a un precio vil que no daba, y que mi astucia descifraba......... y
con la misma moneda le pagaba, le decía diez....... mentira,..... lo mataba con
una sola untada, única manera de compensar el costo de mis compradas.
Y como hijo de pobres caza ratón,
trajimos sin rumbo, buscando el mundo de Cristo no, de hacerme rico sin bajar
el lomo y con los frutos que mentirosamente consigo, apenas vivo, pero sigo, no
me trabo en el camino, en una emigración improvisando destino.
Probé de todo para no ser
peregrino. Hasta le buscaba mujeres a otros, por corrupción y para que me
dieran un pepino. Y tuve mucho miedo, eso si les digo, aparte de mentiroso era
pícaro, prefería pagar mas caro mis huidas, y no las deudas contraídas.
Y corrí del campo y llegué al
encanto de las luces, como emigran los Bucaneros, sin un centavo en el pozuelo,
a esta panorámica de aeropuertos y rascacielos. Y no lo niego, hasta fuí maipiolo
de los cueros, y pequé de licenciado sin haber acabado ni el octavo, traté
albañil, carpintero, en una presunción de sabelotodo, en busca de dinero
inmerecido.
Y para mi heredado vicio de
bailar en el asfalto corrupto de la metrópoli, en un ambiente impune de robo,
romo y cuero, y para eso era que yo buscaba dinero, y mis hijos casi muertos
del desconsuelo. Y por más que ganaba, la indisciplina, toda la plusvalía se
comía. Y, vi hastiada la letrina de la vida, en un mercado de engaños y chabacanería.
Médicos atrapados en la miseria
de sus mentiras, por dinero sugiriendo cirugía; en un epidémico comercio
inescrupuloso de mentiras y ratería, que desperté en pesadilla declarándome
inocente y condenando mi cultura; y así llego mi hastiada, y cambié de rumbo,
antes de la estocada.
Y vivía, de volada en volada, porque
si no engañaba, me abstenía a la cultura de las entrampadas; y no hubo cielo
que yo no explorara, y de inmediata entrada, era mentira lo primero que
hablaba. Y volé a otros mares creyéndome bilingüe.
Llegué a un mundo que paró mi
orgía; una cultura también vana pero sin tanta orgía; negociaban todo menos la
mentira; otro gran fiasco de mis caídas; en un campo que se gana, pero cara
acara; sin esa mentira tan despiadada; que te valoran por lo que haga, no por
lo que diga; que si aquí no cambia no consigue nada y solo te aceptan si
trabaja y paga, ó te regresan mudo, peor que tu entrada, porque de lo tuyo,
olvidaste todo y de lo ajeno no aprendiste nada.
Ó sobrevivir al auto-exilio,
entre asedio y miedo, aunque tu título universitario que se guayó en el hielo,
lo cambie por el reciclaje de la misma mierda que vierte el destierro, para
evitar regresar a tu tiempo mozo, que no era tan malo, pero muy mentiroso. Y
aunque la inmigración te haya hecho tiras, es menos mal, que aquella cultura,
de tantas mentiras
Y si arguye que la mentira es parte
del elenco del mozo, tiene que tener excelente memoria, para mantener la misma
historia, y en verdad, convertir la mentira, pero mil veces exactamente
repetida, si no quiere seguir pecando de mentiroso.
"La verdad es lo que es, y
sigue siendo verdad aunque se piense al revés. "Antonio Machado"