Diariamente mi correo electrónico amanece lleno de basura que elimino sin leer. Otras veces me trae alentadores y edificantes mensajes sobre la vida y las cosas de valor que giran a nuestro alrededor. Uno de esos mensajes tiene que ver con la riqueza y las distintas definiciones que se pueden obtener de ella.
A dos grupos se les hizo la siguiente pregunta: ¿Qué es la riqueza? El primero respondió de la manera siguiente: El arquitecto la identificó con proyectos que generan dinero. El ingeniero con sistemas útiles bien pagados. El abogado con casos judiciales que dejen ganancias. El médico con pacientes que le permitan comprar una casa grande y bonita. El gerente con niveles de ganancias altas y crecientes. El atleta con la fama mundial, para estar mejor pagado. El segundo grupo, compuesto por gente de otra condición, respondió de forma distinta. Para un preso la riqueza era algo tan sencillo como caminar libre por las calles. Para el ciego, ver la luz del sol y la gente que ama. Para el sordo consistía en escuchar el sonido del viento y cuando le hablaran. Para el mudo, poder decir a sus seres queridos cuánto los amaba. Para el discapacitado, correr en una mañana soleada. Y para el enfermo terminal, poder vivir un día más. El huérfano respondió: tener a mis padres, hermanos y familia.
En estos tristes días en que tanta gente parece correr desesperadamente detrás de la riqueza material, dispuesta a veces a pagar cualquier precio por ella, la lección de este mensaje obliga a una profunda reflexión: “ No midas tu riqueza por el dinero que tienes, mide tu riqueza por aquellas cosas que no cambiarías por dinero”. San Agustín enseñaba que “no es más feliz aquel que más tiene, sino quien menos necesita”. Y García Márquez cuenta que en una entrevista con Fidel Castro hace muchos años le preguntó qué le hubiera gustado hacer que nunca pudo. La respuesta fue: “Pararme en una esquina”.
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