Por Yassir Féliz (chukunaky@hotmail.com)
Nació desnudo y con la suerte de ser millonario de lombrices. Y siguió desnudo toda la vida. Arrullado únicamente con el exiguo amor que su madre le diera; y con tan poca suerte que siendo muy niño, a su madre, quizás para atenuar su menesterosa existencia, la vida se la quitó para siempre de su lado.
Siguió desnudo de esperanzas y no halló quien le diera una orientación para la vida. Tan desnudo vivía que ni siquiera su estomago podía vestir con el pan que ahuyenta el hambre y las necesidades.
Creció. Nadie sabe cómo entre tanta falta de todo, pero creció. Con un abuelo inválido, su madre muerta y su padre preso, la vida no podría augurarle un destino diferente.
Sin nada que la vida le ofreciera, su abuelo también se fue para el más allá. Se marchó por ese profundo y oscuro túnel que los vivos llamamos muerte, y Manolito quedó como habria de vivir, sólo otra vez.
Vivió en las cercanías del parque de Cabral, lugar donde los que pueden y los que no, ostentan sin pudor sus mejores indumentarias y sus caros perfumes.
Convivió contemplando en su estrechez la holgura de otros. Mirando tantos wiskyes, celulares, ferragamos costosos y modernos vehículos. Sucumbiendo ante esa terrenal envidia vanidosa, no por poseerlos, sino para con ello saciar su hambre y sed de otras cosas.
En un Cabral de ociosos sin oportunidades de empleo, salvo para esos que levanten una bandera política cuyas adhesiones sean significativas en votos, Manolito no tenía muchas opciones.
Sobreviviendo a las carencias que marcaron sus pocos años de vida, inició haciendo cosas de las que esta atrevida sociedad empuja a los que solo tienen el desamparo como riqueza. Dicen que era un “descuidista” de aquellas cosas mal puestas. Otros dicen que lo hacia para entretener su mesieria entre melopeas, humos y risas.
Dicen que alguien, semanas atrás, había “descuidado” la puerta de una elegante yipeta y Manolito no desaprovechó la oportunidad del descuido; oportunidad onerosa que cara le costaría.
Semanas después de haber sido descuidado el descuido, muy lejos de Cabral, por allá en un puente improvisado de un desvío cerca de la Colonia Mixta de Durvergé, jornaleros encontraron en estado de putrefacción el cadáver del joven llamado Luca Urbáez Olivero, quien había desaparecido tres días antes. El desafortunado era Manolito.
¡Que suerte la suerte la del desnudo!. Con un tiro en la cien. Su cuerpo putrefacto, tirado en un arroyo de un inhóspito lugar y atrapado (por suerte) por unas ramas de bayahondas y cayucos que impideron a las aguas arrastrar su cadáver para que no fuera a caer en el estomago de algún cocodrilo del lago Enriquillo.
Así se fue Manolito, como llegó. Desnudo de esperanzas y con el privilegio de los que nada tienen. Se fue sin saber cómo, ni hacia dónde. Sin la conciencia avispada de que se marchaba. Toda la vida el tiempo lo llevó al garete, sin evitar que el desamparo se impusiera en su camino. Nunca se dirigió a ninguna parte para nada, porque sabía que no podía escarpase porque no existía refugio ni futuro que cambiara su desnudez y suerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Barahoneros y visitantes: apreciamos sus comentarios