sábado, 13 de julio de 2013

EL BARAHONA DE MIS RECUERDOS II

OPINION:

POR BIENVENIDO MATOS PEREZ
Artículo enviado a Ecos del Sur

Cuando la sociedad de Barahona celebro sus cien años de creación como provincia y que exhibió con orgullo sus emociones, en un programa de conmemoraciones, encuentros y que rememorando el pasado sus gentes festejaron su cumpleaños, que es también el mío como hijo de este pueblo que quiero con el alma, me llegaron estas reflexiones que vuelco sobre mis gentes como plumas al viento: Para mí que nací, crecí me desarrollé y he vivido desde el primer día en que mis ojos vieron la luz de la vida en esta ciudad de Barahona y que tengo lo que creo, un mérito ganado en el aprecio profundo por este terruño, el no haber estado nunca fuera de él por más de quince días, me resulta extraña la metamorfosis, el cambio repentino como se ha transformado la vida de esta comunidad. 

 Muchas veces he pensado que a la ciudad bulliciosa, extravagante, desorganizada y tan indiferente que observamos hoy, es preferible el viejo pueblo que era más bien un patrimonio familiar caracterizado por el respeto, las buenas costumbres y por la tranquilidad que todos disfrutamos, en este remanso, en este abrevadero que semejaba un paraíso terrenal. 


Y haciendo estas comparaciones afloran a mi mente como una inmensa catarata de recuerdos plasmados en lo más profundo de mí ser, el Barahona de mis recuerdos, el que viví en mis años de juventud. Recuerdo el famoso teatro “Unión”, que fue sitio preferido por todos mis compueblanos, por allí desfilaron figuras del arte nacional e internacional. Cómo no recordar el desaparecido “Cine Ercilia” para la época, uno de los mejores del país y sitio predilecto de los que buscaban sano entretenimiento y disfrutaban de los momentos estelares del cine internacional.


Preciso es recordar el Flamingo Bar, lugar obligado para el disfrute de los nativos y visitantes y donde el arte de toda la región se exponía con donaire al pueblo que lo recibía con júbilo, era para entonces administrado por Miguel Feliz, alias Terrible, un mulato con cara de piedra, pero con alma de niño. Una mención especial merecen los conciertos de la Banda de Música Municipal que convocaban todos los domingos al Parque Central adultos, jóvenes y niños y las muchachas que estrenaban sus vestidos blancos y contorneaban sus cinturas al ritmo de una pieza musical, aquello parecía una algarabía popular caracterizada por el sentimiento y la solidaridad. Estos conciertos fueron perdiendo lustre, brilla paulatinamente para privar así a esta comunidad de momentos elocuentes de sana diversión y esparcimiento.

Injusto seríamos si no recordáramos la famosa playa de Saladillas, abandonada hoy de forma indiferente por la muchachada que nació a la vida sin conocer los encantos de aquellas aguas mansas santuario perenne de la belleza con que Dios premió la tierra de Barahona. Y siguen desfilando los recuerdos y evoco los famosos bailes del “Casino del Sur” con saco y corbata los famosos chicharrones de pollo del “restaurant Jaime”, restaurant con el que fuimos conocidos en todo el país por vender la cerveza más fría y por su vellonera repleta de música romántica donde con cinco centavos se podía escuchar la Bella Cubana y la Serenata de Schuber, así como las hermosas canciones del inquieto Anacobero Daniel Santos muy de moda para la época, muchos compueblanos dicen que la desaparición del restaurant Jaime ha hecho los domingos barahoneros más tristes en la hoy entristecida Perla del Sur, Barahona. 

 Sin embargo estoy convencido que los Barahoneros auténticos no se han olvidado de la misa dominical del padre Gumersindo, de Lelo y su virgencita de Altagracia, de los quipes de Paisolo, de la rica y famosa natilla de Don Felipe que eran única en su clase, de los sandwiches de Michelena, de Juan García alias Juan Panó, el zapatero del centro de la ciudad, cómo olvidar los camarones de Valencia, una mujer emprendedora que fue pionera en la venta de mariscos y que tuvo su hotel frente al Arco de Triunfo. 


Los que vivimos la dicha de nacer en esta tierra única, de gentes amorosas, acrisoladas en el fragor de sus propios esfuerzos no olvidarán jamás los cangrejos de Habanero, a Francisco Constanza y su farmacia que era casa del pobre. A María Guenguen y su picoteo, al lado del liceo Leonor Feltz, al maestro de maestros Don Osvaldo Quezada que vivio bendiciendo la tierra Barahonera con una conducta impecable que era orgullo de todos los Suroestanos.

 Aunque el tiempo tiende a borrar de nuestras mentes muchos recuerdos tatuados en nuestro interior, aunque pasen cien años no nos olvidaremos del caudaloso río Birán, convertido hoy en basurero público por la indolencia de los hombres de este tiempo y por la falta de autoridades comprometidas con el desarrollo de sus pueblos. Por eso al evocar tantos recursos, me sobran los motivos para sentirme a gusto con ese Barahona romántico, y en el que vi mi primera juventud, caracterizada por el amor por las cosas del espíritu y por todo aquello que sirviera de aliciente a las angustias y vicisitudes del hombre barahonero. 

 El autor es abogado, poeta y dirigente comunitario.

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