POR BIENVENIDO MATOS PEREZ
Artículo enviado a Ecos del Sur
Cuando la sociedad de Barahona celebro sus cien años de creación como provincia y que exhibió con orgullo sus emociones, en un programa de conmemoraciones, encuentros y que rememorando el pasado sus gentes festejaron su cumpleaños, que es también el mío como hijo de este pueblo que quiero con el alma, me llegaron estas reflexiones que vuelco sobre mis gentes como plumas al viento:
Para mí que nací, crecí me desarrollé y he vivido desde el primer día en que mis ojos vieron la luz de la vida en esta ciudad de Barahona y que tengo lo que creo, un mérito ganado en el aprecio profundo por este terruño, el no haber estado nunca fuera de él por más de quince días, me resulta extraña la metamorfosis, el cambio repentino como se ha transformado la vida de esta comunidad.
Muchas veces he pensado que a la ciudad bulliciosa, extravagante, desorganizada y tan indiferente que observamos hoy, es preferible el viejo pueblo que era más bien un patrimonio familiar caracterizado por el respeto, las buenas costumbres y por la tranquilidad que todos disfrutamos, en este remanso, en este abrevadero que semejaba un paraíso terrenal.
Injusto seríamos si no recordáramos la famosa playa de Saladillas, abandonada hoy de forma indiferente por la muchachada que nació a la vida sin conocer los encantos de aquellas aguas mansas santuario perenne de la belleza con que Dios premió la tierra de Barahona.
Y siguen desfilando los recuerdos y evoco los famosos bailes del “Casino del Sur” con saco y corbata los famosos chicharrones de pollo del “restaurant Jaime”, restaurant con el que fuimos conocidos en todo el país por vender la cerveza más fría y por su vellonera repleta de música romántica donde con cinco centavos se podía escuchar la Bella Cubana y la Serenata de Schuber, así como las hermosas canciones del inquieto Anacobero Daniel Santos muy de moda para la época, muchos compueblanos dicen que la desaparición del restaurant Jaime ha hecho los domingos barahoneros más tristes en la hoy entristecida Perla del Sur, Barahona.
Sin embargo estoy convencido que los Barahoneros auténticos no se han olvidado de la misa dominical del padre Gumersindo, de Lelo y su virgencita de Altagracia, de los quipes de Paisolo, de la rica y famosa natilla de Don Felipe que eran única en su clase, de los sandwiches de Michelena, de Juan García alias Juan Panó, el zapatero del centro de la ciudad, cómo olvidar los camarones de Valencia, una mujer emprendedora que fue pionera en la venta de mariscos y que tuvo su hotel frente al Arco de Triunfo.
Aunque el tiempo tiende a borrar de nuestras mentes muchos recuerdos tatuados en nuestro interior, aunque pasen cien años no nos olvidaremos del caudaloso río Birán, convertido hoy en basurero público por la indolencia de los hombres de este tiempo y por la falta de autoridades comprometidas con el desarrollo de sus pueblos.
Por eso al evocar tantos recursos, me sobran los motivos para sentirme a gusto con ese Barahona romántico, y en el que vi mi primera juventud, caracterizada por el amor por las cosas del espíritu y por todo aquello que sirviera de aliciente a las angustias y vicisitudes del hombre barahonero.
El autor es abogado, poeta y dirigente comunitario.
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